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Written By TerrorHub

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Soy una de esas personas que pueden manipular sus sueños.

No como en las películas, pero puedo hacer cambios leves.

Por ejemplo, si no me gusta algo, puedo modificarlo para que sea a mi gusto.

Sin embargo, hay ocasiones en las que, aunque sepa que estoy soñando y no me agrade lo que veo, no puedo cambiarlo por más que intente.

En esta ocasión, en mi sueño, estaba afuera de mi casa.

Tenemos una casa principal con un gran patio trasero que da a un bosque, una cochera y un cuarto de huéspedes.

También hay una alberca.

Esto es relevante para entender dónde me encontraba en el sueño.

Empecé en la parte trasera de la casa y ahí fue cuando me di cuenta de que estaba soñando.

Pude ver la alberca y el cuarto de huéspedes frente a mí.

En mis sueños, no puedo caminar como en las películas; más bien, me teleporto a donde el sueño quiere guiarme.

De repente, me encontré al lado de la cochera, parecía que estaba limpiando el jardín, pero la sensación de extrañeza aumentaba.

Al girar, vi a alguien recargado en la cochera.

Parecía extremadamente delgado, casi cadavérico, al punto de que se le veían los huesos.

Vestía un traje tradicional de mi pueblo en México: huaraches, pantalones blancos, camisa blanca y un sombrero grande, como los que usaban mi abuelo y su papá.

Estaba preparando un tabaco.

Lo más inquietante era que, aunque en mi sueño era de día, la luz parecía no tocarlo, y él se veía fuera de lugar, como si perteneciera a una pesadilla.

Le dije: ¡Hey!

¿Qué chingados estás haciendo en mi terreno?

No me contestó.

Le volví a repetir: ¡Hey!

¿Qué chi…?

En ese momento habló, su voz era áspera y antigua, como si viniera de un lugar muy lejano.

—Vine de muy lejos a verte —me dijo.

Le contesté: ¿Para qué?

¿Quién eres?

Él respondió: Tengo algo muy importante que decirte… y empezó a fumar su cigarro, la brasa del tabaco era lo único que parecía tener vida en él.

Me quedé sorprendido porque nunca había tenido una conversación en un sueño tan detallada sin que yo manipulara al otro personaje.

Le dije: Bueno, ¿qué me tienes que decir?

En ese momento se volteó y me miró con ojos oscuros y vacíos.

Empezó a hablar, pero de repente todo se volvió silencio.

No escuchaba nada: ni el aire, ni los pájaros, ni los grillos, nada.

Solo un vacío abrumador.

Pero yo podía ver cómo movía sus labios.

De repente, me dijo: —¿Entendiste?

Y yo le dije: ¿Qué?

¡No te escuché nada!

¿Qué dijiste?

Le gritaba… Me contestó con una voz triste y una mirada de profunda tristeza: ¡No estás listo!

Y empezó a caminar hacia la carretera.

Intenté seguirle, preguntándole: ¿Qué?

¿Qué me tienes que decir?

Pero cuando él tocó la carretera, se desvaneció en el aire.

En ese momento, me desperté de mi sueño, con el corazón latiendo frenéticamente.

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